El oriente en llamas: ¿Estamos frente a la 4° ola de democracia o solo es un espejismo?

14.03.2011 23:52

 A finales del siglo XX el politólogo norteamericano Samuel Huntington postulaba que con la caída del comunismo llegaba la 3° ola de democratización al mundo. Sin embargo, los tiranos del mundo árabe, que estuvieron alineados ya sea  con EE.UU o con la URSS, se mantuvieron incólumes en sus cargos, haciendo entender al nuevo poder unipolar americano que ellos serían los mejores representantes de sus interés. Esto se vio reforzado en el 11S; donde estos gobernantes se presentaron ante EE.UU como la mejor alternativa de contención ante el fundamentalismo islámico. Este había estado germinando lentamente en estos países como respuesta ante la corrupción de sus regímenes y la imposibilidad de mejora social y económica para ellos. Sin embargo, debido al generoso apoyo de Washington y sus aliados, estos movimientos fueron aplastados  o quedaron en una actitud marginal hasta ahora.

Todo debido a que, justamente, el temor de la expansión del radicalismo islámico llevó a una política de mayor apertura  cultural; cierta “occidentalización” de los gobiernos árabes (que no implicaba, claro, una apertura democrática). Fue justo en este contexto que un joven tunecino, víctima de la carestía y el abuso decidió inmolarse frente al ayuntamiento de su localidad. Este acto suicida fue filmado y transmitido a las redes sociales del país y luego este movimiento se transformó en una insurrección popular que derribó el gobierno de Zine El Abidine Ben Ali tras cerca de 20 años en el poder. El efecto contagio del mismo llegó pronto a Egipto donde el “Faraón” Hosni Mubarak, quien gobernó con mano de hierro el país durante 30 años tuvo que ceder ante la presión multitudinaria de su pueblo, que pese a sufrir una gran represión (y un posterior corte del Internet que lo mantuvo días incomunicado en tiempo real) logró, tras un mes de protestas, derrocar al tirano.

Actualmente observamos que, tanto en las ricas monarquías petroleras de Bahrein, Omán y Arabia Saudita, como en la dictadura yemení, también se han encendido movimientos de protesta (dirigidos en estos casos por la minoría religiosa chiita que es tratada como ciudadanos de 2° categoría en su país). Pero es el caso de Libia el que ha concitado la atención mundial en las últimas semanas debido a la brutalidad de la represión y la consiguiente guerra civil desatada.

El régimen libio de Muammar Gaddafi, que data del año 1969 tras el golpe de estado al monarca Idriss, se ha caracterizado por mantenerse en el poder mediante un delicado entramado entre las principales tribus que conforman el país, acompañando de una feroz represión a la disidencia interna. Asimismo, tras una etapa marcada por un alineamiento a la URSS y los grupos extremistas europeos como el IRA, ETA o la Baader-Meinhof alemana y la OLP, (que provocó una feroz retaliación americana con los bombardeos en Trípoli) Gaddafi supo reinventarse en los últimos años cultivando excelentes relaciones con la UE y EE.UU. La relación más importante sin duda se dio con la  Italia de Berlusconi con quien se firmo acuerdos para frenar la migración subsahariana además de excelentes concesiones a la petrolera italiana ENI. Es por eso que no sorprende ver la actitud belicista de Francia sobretodo quien buscaría que un nuevo gobierno libio ceda estos ricos yacimiento a su firma ELF Aquitaine.

El escenario pinta realmente confuso para la región, porque existen distintos intereses contrapuestos, tanto de países como de empresas que esperan pescar ganancias y concesiones a río revuelto. Por su parte, la población, verdadera protagonista en estos alzamientos vive en la incertidumbre con respecto al futuro de sus gobiernos. Vemos que Túnez y Egipto aún están en la etapa de transición  tras el derribo de sus regímenes, Libia se enfrasca en una terrible guerra civil y las monarquías petroleras árabes recurren a fuertes subsidios para paliar la revuelta.

Si es que esta gran revuelta árabe provocará una “4° ola democrática” parafraseando a Huntington aún no lo sabemos, incluso en los países que lograron derribar sus regímenes como Egipto o Túnez. Más bien, vemos en muchos casos que antiguos colaboradores de estos regímenes, militares y opositores moderados llevan a cabo tímidas reformas que aún no satisfacen los deseos de la población. El pueblo es, sin lugar a dudas, el principal motor de cambio en todos los casos, pero como ya hemos visto antes, muchas veces estos deseos pueden verse frenados si es que chocan con intereses más poderosos allende los mares, lo que dejaría convertidas estas esperanzas de cambio en otro espejismo en el desierto de la historia.

Sin embargo, existe un factor clave en el éxito de la transmisión del mensaje de las protestas: el uso intensivo de los medios de comunicación masivos, principalmente Internet. Notamos un quiebre con las revoluciones del siglo pasado en materia de distribución de información, puesto que muchas de las fuentes con las que las agencias internacionales de noticias trabajan vienen de ciudadanos que participan en las mismas protestas, sea con videos, fotografías o mensajes instantáneos en Twitter. La voz de los rebeldes es distribuida por Internet, lo cual amplía el impacto, al ser este un medio con relativamente alto alcance en la región. Si bien el oficialismo local ha tratado de bloquear estos medios, no lo ha conseguido. En esto radica la clave para el éxito de las demandas de la población: mientras puedan expresarse libremente, hay esperanzas para un verdadero cambio y solución de problemas que satisfagan a las mayorías.

 Por Valquiria Ramos y Luis Andrés García, alumnos de la PUCP 

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